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Lo que se discute ante ka aprobación de la Ley de Memoria no es si hacemos o no hacemos memoria, sino si, de una vez por todas, asumimos la Historia, nuestra historia colectiva como pueblo, como nación, como nación de naciones o como lo que sea menester. Porque en tanto que la memoria es un ejercicio subjetivo, determinado por el aprendizaje, la experiencia, el temperamento, la ideología o la procedencia familiar y social de cada uno, la Historia es la que es, incorruptible e inmodificable, y tiene mucho más de página escrita con caracteres definitivos en el tiempo que con la suma, imposible por lo demás, de las diferentes memorias. Dicho esto, he aquí que la Historia sí puede fijarse por ley, por la ley del rigor, del conocimiento y de la verdad, en tanto que la memoria es libre como un pájaro capaz de escaparse de cualquier jaula, aun de la más hermosa, que pretenda estabularla.

La Ley de la Memoria Histórica del Gobierno nace, pues, con un error de denominación, error que inevitablemente se extiende a todos sus propósitos. No se trata de contentar con homenajes y pamplinas simbólicas a las víctimas de la barbarie franquista, sino de restituir la verdad histórica.


Rafael Torres
LA PROVINCIA - 14 de Diciembre de 2006

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