×

Advertencia

Uso de cookies - Unión Europea

En esta web usamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia de navegación, y ofrecer contenidos y publicidad de interés.

Ver la Directiva sobre la privacidad y las comunicaciones electrónicas

El uso de cookies ha sido rechazado.
Imprimir
Categoría: Cuentos
Visto: 13096
A fines del siglo XIX, los nuevos dueños de las mejores tierras cultivables de Argentina, las de la pampa húmeda (1), eran los financistas del ferrocarril. Sonreían con sus abogados en sus buffets (2), al enterarse por sus armadores (3), la gran cantidad de desposeídos, labriegos europeos blancos, que se alojaban en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, preparándose para poner a prueba la esperanza, vana, de antemano, como no fuese comer, concebir la mayor cantidad de hijos peones posibles, y trabajar en demasía, difícilmente, algunos fueron dueños de la tierra, sino hasta después de 1946.

Se misturaban a regañadientes, usos y costumbres europeas y criollas, en los corrales de madrugada, por las mañas de los agotados caballos, se escuchaban imprecaciones en piamontés por peones indios, sometidos, mucho más desposeídos que los recién llegados inmigrantes, y algún envío al caraco por carajo, por los contadini.

Los españoles e italianos, ya tenían nietos de rostros achinados, arios, eslavos Y judios, vivían amargados por la probable cruza étnica de sus hijos, preferían casarlos con paisanos, hasta con familiares, pero la sabia naturaleza tenía escarapela argentina, las familias se agrandaban y los velorios y los casamientos eran una gran Babel.

El servicio militar obligatorio, disciplinaba a los varones de 20 años, enseñándoles además de defender la nueva patria, a leer, escribir y a mejorar la castilla (4) volvían a la colonia con la firme idea de pertenecer a una gran y heterogénea nación, y con aventuras para exagerar durante el resto de su sencilla vida.

La finca chacra (5) de los Jiménez Enríquez, lindaba con amistosos italianos cuyo bravi raggazzi, habían echado buenos ojos sobre las robustas María y Julica, femeninas y laboriosas, con el mar canario en los ojos.

Las casas de los colonos con sus pisos de tierra y paredes de ladrillo, sin revocar, recibían con una palabra pintada, Bienvenidos, Benvenue, Benvenutti, Benvindo, Willkommen, etcétera, doña Julia, con negra grasa de carro, pintó Sansofé (6), era la maestra de ojito de la colonada.

Los canarios en Noetinger conocieron el poncho, (7) detestaban el frío. Los inviernos, sin ser demasiado crueles, eran inocuos para cualquier europeo montañés, pero para los de Tamaraceite, de Las Palmas de Gran Canaria, era una tortura, en pleno invierno, cualquier día nublado, sumado al viento de llanura, llevaba la sensación térmica, a pocos grados sobre cero, los caballos no lo sufrían, con buen pasto y ración, tiraban prestos del arado, pero don Juan el Canario, con poncho y guantes, tiritaba en el asiento de chapa agujereado del arado, durante catorce horas diarias, debía trotar tras los caballos sobre la gleba (8) para desentumecerse, y en las obligadas paradas de resuello, recibía calor de los percherones, abrazándolos para poder seguir arando.

Quizás por ello, o por esa característica de la bonomía, de no trasladar la desdicha, todos los animales de la chacra Sansofé, tenían mejor cobijo y alimentación, los días fríos, los perros eran relevados de su guardia nocturna y dormían despatarrados en el cuarto de las pecheras (9) con la incumplida tarea de espantar lauchas y principalmente el gato Morrongo, el protegido de doña Julia, saboreaba leche tibia y menudos de pollo refugiándose en el horno, casi siempre tibio.

Una madrugada don Juan ató el nochero (10) a la vagoneta, sacó de su baúl su única camisa blanca, su saco oscuro de casamiento, la boina calada tejida por su mare, la navaja que le había regalado su hermano en Tamaraceite, y enderezó para el escritorio de la estancia, vendría el Administrador a liquidar la cosecha de 1915.

Julia, que dormía con un ojo solo, sabedora del drama le susurró cariñosa,
-Juan, mi amor, no serás mejor hombre para los chachos y para mí, si te desgracias por nosotros, avergonzado, Juan dejó la navaja.

Estoico, aguantó con otros colonos, todo el día la amansadora de ablande (11), recién al atardecer llegó Míster John Grante, bajó de un Ford T nuevo, acompañado por un escribiente y tres milicos(11bis) del pueblo de Las Rosas a caballo, tocado con sombrero de pana gris, chaqueta a cuadros, camisa de plancha con cuello duro, corbata de lazo, breches, botas de montar, reloj de oro a cadena, verga de toro como fusta, y un revólver cromado Webble & Scott, cal. 455, en la cintura.

Arrellanado en un sillón de cuero verde, saludaba por la ventana a los de su custodia, que le retribuían el saludo, besando el guión de los viejos fusiles Remington, veteranos matadores de indios.

Con semejante presión, don Juan el Canario, soportaba las explicaciones sin fundamento del capado de sus esfuerzos por el escribiente de visera, moñito y mangas negras.

El de Tamaraceite, varias veces buscó la navaja dentro de la faja, reparó en un mango de azada de quebracho blanco con que las sirvientas corrían las pesadas cortinas, para el canario eso era un banot, un arma mortífera de guerra, calculó que en un salto y dos golpes dejaría un par de cráneos rotos y vacíos ….., al final sopesó su familia y la injusticia y……… firmó con una cruz donde le indicaba Grant.

Don Juan el Canario observó las manecillas pálidas del Míster, y se miró las suyas, parecían un caparazón de tortuga sobre un pocillo de café, y entendió todo de golpe, balanceó amargamente, que no quiso trabajar bajo las órdenes de su hermano y cuñada en su tierra, y venía a América, a trabajar por la comida hasta con sus hijos para todos los míster y hasta para el mismísimo Rey de Inglaterra.

Don Juan volvía a su chacra con la misma sensación que tuvo hacía 30 años en el camino de San Lorenzo a Tamaraceite, con el camello Machango, pero esta vez, no estaba Dorimás, el viejo guanche, para aconsejarlo, esta vez era él mismo su propio Dorimás, y en su honor y recuerdo obraría como tal.

Su sueño de tierra propia se desvanecía, los ingleses tenían el negocio bien montado, sólo para ellos, y europeos hambrientos, huyendo de la guerra que quisieran trabajar sin pretensiones la tierra había casi por millones, lamentaba que sus dos hijos mayores ya fuesen peones de la estancia, los veía rústicos y acriollados, como resignados, pero había una bujía (12) prendida por Dorimás, allá en Tamaraceite, su hijo menor Alfonso, próximo a los 12 años, a ese lo salvaría del yugo de la estancia, no sin inhumano dolor, para él y para su Julia.

La orden la recibió Julia en el quinto sueño, seca y terminante.
- Destétalo al Chacho, mujé, le mandaré con Juan Bartolomé a Almafuerte, para carpintero o ebanista, será siempre mejor que peón en el campo de estos buitres.
- Doña Julia puso maternos reparos, sabía que con Juan en algunas cosas no se discutían, si él decía que el gallo era tuerto, seguramente tendría el ojo en el bolsillo.

De a poco se fue convenciendo que era lo mejor, a lo que se resistía pero asintiendo era a la segunda parte de la orden, debía doña Julia, hasta la partida de Alfonsito, tratarlo muy fría y duramente, para que la estadía en el taller del paisano, no fuese comparada con la vida regalada de la casa materna, así no extrañaría y no querría volverse, le contó Juan, cómo su mare lo ignoró cuando decidió venir a América.

Sin entender qué pasaba, Alfonso, resignó su lugar desde siempre al lado de su mare en la mesa, lo ocupó victorioso el Morrongo, Alfonso comería solo, siempre más tarde, luego de sus interminables obligaciones.

El odiado por casi todos, Morrongo, a quién doña Julia creyó capón por lo grande, era un gato cimarrón (13) que ganó las casas acorralado por los perros, y como enseguida cazó una víbora, quedó agregado, era quizás una cruza de una variedad silvestre, llamado gato de los pajonales, era astuto, taimado y feroz, terror de ratas y comadrejas (14), hasta que descubrió que ronroneando y dejándose acariciar por la entristecida Julia, accedía sin esfuerzos a leche, restos de carne, al calor de la cocina a leña, y al cálido refugio seguro del horno para cocer el pan.

Era mordedor y mal llevado, huía de los hermanos mayores de Alfonso, porque lo hacían tormento de sus tropelías, los gañanes codiciaban la factura de cerdo que se sazonaba colgada de los tirantes de la alacena, la caña para bajarlos la guardaba el pare en su dormitorio, era inexpugnable, imposible andar por escaleras sin declararse culpable de antemano, en cambio el gato arrojado al aire hacia los salames, los hacía caer al querer sostenerse y aunque el gato quisiese huir con alguna longaniza era persuadido a que desista a patadas y latigazos.

El gato como el perro de Pavlov, sabía de los reflejos condicionados, para él, grasa de cerdo, implicaba, lucha, arañazos, mordisco, rebencazos y patadas.

Era agosto de 1916, Europa se desangraba y los embarques de granos se demoraban, la crisis llegaba al campo argentino, para mayor desgracia, un temporal de varios meses dificultaba levantar a mano, la cosecha de maíz. Los peones de la juntada( 14 bis) de la Sansofé, ya habían reparado varias veces las bolsas y los arneses, guitarreaban aburridos y embarrados en las carpas, a la espera del escampe del pampero (15) pero como el arreglo con don Juan incluía la comida, los canarios se angustiaban viendo disminuir la reserva hecha en el verano, ya que no podían excederse en la misma, porque desde el escritorio de la estancia, controlaban con lupa, la cantidad de vacas, ovejas, cerdos y aves, destinadas por los colonos al propio consumo, por lo que la comida, sin ser escasa, era la justa, pero no contemplaba tan prolongado temporal, por lo que se comieron los animales reproductores, cuando no quedó liebre, martineta, perdiz, paloma ni pato para cazar, y hasta la leña seca escaseaba, lo que podía multiplicarse era el pan.

El horno estaba en el centro del patio de tierra barrida y desgramillada, única defensa ante las yarará (16), allá fue Alfonsito bajo la lluvia, descalzo para no embarrar las alpargatas dejando profundas huellas en el barrial, a prender el fuego del horno, con leña verde y 100% de humedad ambiente, tarea muy difícil, encomendada por la mare.

- ¡Mare, vea usted, que no puedo con la lumbre!
-¡Alfonso, maña y hazaña riman, pero mañana no! ¡ Lleva una bujía encendida y mistura con un poco de grasa de cerdo, de la rancia, las chalas (17), pero poquita, sino el pan, tendrá el gusto de los chicharrones!

Alfonso dudaba del procedimiento, por lo que quintuplicó la cantidad de grasa desechada para el consumo, y la mechó con chalas, marlos(18) y la pólvora de dos retacones cartuchos del calibre 10, desarmados al efecto.

Cuando volvió con la vela encendida encontró al Morrongo que sorprendido en su escondite blindado antiperros, devoraba goloso la grasa hedionda.

Alfonso, ignorante del reflejo condicionado del gatazo, pretendió echarlo del horno pronto a arder, amagándole un golpecito con la pala panadera, fue suficiente para que se dispare el mecanismo de defensa y agresión del Morrongo, a diente y uña se abalanzó sobre el pecho y cuello del niño, satisfecho, luego se escondió en el fondo del horno, Alfonsito no sabía qué hacer primero al ver su sangre a pesar del dolor, si llamar al pare, o a la mare, o .....la vela inflamó la pólvora …. y el interior del horno fue un infierno, entonces el gato en llamas arremetió de nuevo hinchando el lomo a los arañazos, hacia la boca del horno, pero esta vez, la pala lo mandó al fondo, y el niño llorando cerró la puerta , y la aseguró con un palo.
- ¡Alfonsico, que te he dicho que no empaches el horno con esa grasa rancia y podrida, mira el olor que larga, qué va a ser del pan, métele mas leña para que se purgue, por Dios!
- ¿Alfonso, es que no has visto tú a mi Morrongo?
¡Si, sí, mare, usted lo viera, lo sacaron los perros carpiendo hacia el maizal!
-¿Alfonso, hijo mío, quién te ha hecho esos males en el cuero del cogote y de la eslilla? (19)
- Nada, mare, buscando higos picos en la chumbera, o buscando huevos de las guineas entre las tunas, o el Morito me tiró sobre una portera de púas. ¿Sabe usted que no me acuerdo?
- Humm, masculló don Juan el canario.
- Humm, compadeció doña Julia, mientras le lavaba las heridas con grappa, regalo del italiano Bianucci, futuro yerno, y se las cubría con telas de araña embebidas con jugo de hojas de palan palan, (20)


Normando V. Gimenez


1.-pampa húmeda: en quechua, lengua original sudamericana, campo raso, sin monte, con 1000 mm anuales de lluvia, clima templado
2.- buffet: oficina generalmente de abogados
3.- armadores: fletadores de buques
4.- Castilla, lengua castellana
5.- finca o chacra, explotación rural agrícola arrendada
6.-Sansofé, Bienvenidos en lengua guanche canaria
7- Poncho, prenda de abrigo sudamericana
8.-Gleba, tierra invertida por el arado
9.- Pecheras, en el caballo de tiro, accesorio sobre el pecho
10.-Caballo de guardia
11.-Amansadora de ablande, larga espera deliberada para someter
11 bis.- Policía de bajo rango
12.-Vela, se emplea como luz de esperanza
13.- Cimarrón. Sin dueño
14.- Pequeño marsupial carnívoro
14 bis.- Cosecha manual de maíz
15.- Viento muy seco del S.O.
16.- Ofidio de mordedura casi siempre mortal para la época.
17.- Envoltorio de la mazorca de maíz
18.-Soporte de los granos de maíz
19.- Clavícula
20.- Planta autóctona cuya savia desinfecta y desinflama