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A fines del siglo XIX, los nuevos dueños de las mejores tierras cultivables de Argentina, las de la pampa húmeda (1), eran los financistas del ferrocarril. Sonreían con sus abogados en sus buffets (2), al enterarse por sus armadores (3), la gran cantidad de desposeídos, labriegos europeos blancos, que se alojaban en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires, preparándose para poner a prueba la esperanza, vana, de antemano, como no fuese comer, concebir la mayor cantidad de hijos peones posibles, y trabajar en demasía, difícilmente, algunos fueron dueños de la tierra, sino hasta después de 1946.

Se misturaban a regañadientes, usos y costumbres europeas y criollas, en los corrales de madrugada, por las mañas de los agotados caballos, se escuchaban imprecaciones en piamontés por peones indios, sometidos, mucho más desposeídos que los recién llegados inmigrantes, y algún envío al caraco por carajo, por los contadini.

Los españoles e italianos, ya tenían nietos de rostros achinados, arios, eslavos Y judios, vivían amargados por la probable cruza étnica de sus hijos, preferían casarlos con paisanos, hasta con familiares, pero la sabia naturaleza tenía escarapela argentina, las familias se agrandaban y los velorios y los casamientos eran una gran Babel.

El servicio militar obligatorio, disciplinaba a los varones de 20 años, enseñándoles además de defender la nueva patria, a leer, escribir y a mejorar la castilla (4) volvían a la colonia con la firme idea de pertenecer a una gran y heterogénea nación, y con aventuras para exagerar durante el resto de su sencilla vida.

La finca chacra (5) de los Jiménez Enríquez, lindaba con amistosos italianos cuyo bravi raggazzi, habían echado buenos ojos sobre las robustas María y Julica, femeninas y laboriosas, con el mar canario en los ojos.

Las casas de los colonos con sus pisos de tierra y paredes de ladrillo, sin revocar, recibían con una palabra pintada, Bienvenidos, Benvenue, Benvenutti, Benvindo, Willkommen, etcétera, doña Julia, con negra grasa de carro, pintó Sansofé (6), era la maestra de ojito de la colonada.

Los canarios en Noetinger conocieron el poncho, (7) detestaban el frío. Los inviernos, sin ser demasiado crueles, eran inocuos para cualquier europeo montañés, pero para los de Tamaraceite, de Las Palmas de Gran Canaria, era una tortura, en pleno invierno, cualquier día nublado, sumado al viento de llanura, llevaba la sensación térmica, a pocos grados sobre cero, los caballos no lo sufrían, con buen pasto y ración, tiraban prestos del arado, pero don Juan el Canario, con poncho y guantes, tiritaba en el asiento de chapa agujereado del arado, durante catorce horas diarias, debía trotar tras los caballos sobre la gleba (8) para desentumecerse, y en las obligadas paradas de resuello, recibía calor de los percherones, abrazándolos para poder seguir arando.

Quizás por ello, o por esa característica de la bonomía, de no trasladar la desdicha, todos los animales de la chacra Sansofé, tenían mejor cobijo y alimentación, los días fríos, los perros eran relevados de su guardia nocturna y dormían despatarrados en el cuarto de las pecheras (9) con la incumplida tarea de espantar lauchas y principalmente el gato Morrongo, el protegido de doña Julia, saboreaba leche tibia y menudos de pollo refugiándose en el horno, casi siempre tibio.

Una madrugada don Juan ató el nochero (10) a la vagoneta, sacó de su baúl su única camisa blanca, su saco oscuro de casamiento, la boina calada tejida por su mare, la navaja que le había regalado su hermano en Tamaraceite, y enderezó para el escritorio de la estancia, vendría el Administrador a liquidar la cosecha de 1915.

Julia, que dormía con un ojo solo, sabedora del drama le susurró cariñosa,
-Juan, mi amor, no serás mejor hombre para los chachos y para mí, si te desgracias por nosotros, avergonzado, Juan dejó la navaja.

Estoico, aguantó con otros colonos, todo el día la amansadora de ablande (11), recién al atardecer llegó Míster John Grante, bajó de un Ford T nuevo, acompañado por un escribiente y tres milicos(11bis) del pueblo de Las Rosas a caballo, tocado con sombrero de pana gris, chaqueta a cuadros, camisa de plancha con cuello duro, corbata de lazo, breches, botas de montar, reloj de oro a cadena, verga de toro como fusta, y un revólver cromado Webble & Scott, cal. 455, en la cintura.

Arrellanado en un sillón de cuero verde, saludaba por la ventana a los de su custodia, que le retribuían el saludo, besando el guión de los viejos fusiles Remington, veteranos matadores de indios.

Con semejante presión, don Juan el Canario, soportaba las explicaciones sin fundamento del capado de sus esfuerzos por el escribiente de visera, moñito y mangas negras.

El de Tamaraceite, varias veces buscó la navaja dentro de la faja, reparó en un mango de azada de quebracho blanco con que las sirvientas corrían las pesadas cortinas, para el canario eso era un banot, un arma mortífera de guerra, calculó que en un salto y dos golpes dejaría un par de cráneos rotos y vacíos ….., al final sopesó su familia y la injusticia y……… firmó con una cruz donde le indicaba Grant.

Don Juan el Canario observó las manecillas pálidas del Míster, y se miró las suyas, parecían un caparazón de tortuga sobre un pocillo de café, y entendió todo de golpe, balanceó amargamente, que no quiso trabajar bajo las órdenes de su hermano y cuñada en su tierra, y venía a América, a trabajar por la comida hasta con sus hijos para todos los míster y hasta para el mismísimo Rey de Inglaterra.

Don Juan volvía a su chacra con la misma sensación que tuvo hacía 30 años en el camino de San Lorenzo a Tamaraceite, con el camello Machango, pero esta vez, no estaba Dorimás, el viejo guanche, para aconsejarlo, esta vez era él mismo su propio Dorimás, y en su honor y recuerdo obraría como tal.

Su sueño de tierra propia se desvanecía, los ingleses tenían el negocio bien montado, sólo para ellos, y europeos hambrientos, huyendo de la guerra que quisieran trabajar sin pretensiones la tierra había casi por millones, lamentaba que sus dos hijos mayores ya fuesen peones de la estancia, los veía rústicos y acriollados, como resignados, pero había una bujía (12) prendida por Dorimás, allá en Tamaraceite, su hijo menor Alfonso, próximo a los 12 años, a ese lo salvaría del yugo de la estancia, no sin inhumano dolor, para él y para su Julia.

La orden la recibió Julia en el quinto sueño, seca y terminante.
- Destétalo al Chacho, mujé, le mandaré con Juan Bartolomé a Almafuerte, para carpintero o ebanista, será siempre mejor que peón en el campo de estos buitres.
- Doña Julia puso maternos reparos, sabía que con Juan en algunas cosas no se discutían, si él decía que el gallo era tuerto, seguramente tendría el ojo en el bolsillo.

De a poco se fue convenciendo que era lo mejor, a lo que se resistía pero asintiendo era a la segunda parte de la orden, debía doña Julia, hasta la partida de Alfonsito, tratarlo muy fría y duramente, para que la estadía en el taller del paisano, no fuese comparada con la vida regalada de la casa materna, así no extrañaría y no querría volverse, le contó Juan, cómo su mare lo ignoró cuando decidió venir a América.

Sin entender qué pasaba, Alfonso, resignó su lugar desde siempre al lado de su mare en la mesa, lo ocupó victorioso el Morrongo, Alfonso comería solo, siempre más tarde, luego de sus interminables obligaciones.

El odiado por casi todos, Morrongo, a quién doña Julia creyó capón por lo grande, era un gato cimarrón (13) que ganó las casas acorralado por los perros, y como enseguida cazó una víbora, quedó agregado, era quizás una cruza de una variedad silvestre, llamado gato de los pajonales, era astuto, taimado y feroz, terror de ratas y comadrejas (14), hasta que descubrió que ronroneando y dejándose acariciar por la entristecida Julia, accedía sin esfuerzos a leche, restos de carne, al calor de la cocina a leña, y al cálido refugio seguro del horno para cocer el pan.

Era mordedor y mal llevado, huía de los hermanos mayores de Alfonso, porque lo hacían tormento de sus tropelías, los gañanes codiciaban la factura de cerdo que se sazonaba colgada de los tirantes de la alacena, la caña para bajarlos la guardaba el pare en su dormitorio, era inexpugnable, imposible andar por escaleras sin declararse culpable de antemano, en cambio el gato arrojado al aire hacia los salames, los hacía caer al querer sostenerse y aunque el gato quisiese huir con alguna longaniza era persuadido a que desista a patadas y latigazos.

El gato como el perro de Pavlov, sabía de los reflejos condicionados, para él, grasa de cerdo, implicaba, lucha, arañazos, mordisco, rebencazos y patadas.

Era agosto de 1916, Europa se desangraba y los embarques de granos se demoraban, la crisis llegaba al campo argentino, para mayor desgracia, un temporal de varios meses dificultaba levantar a mano, la cosecha de maíz. Los peones de la juntada( 14 bis) de la Sansofé, ya habían reparado varias veces las bolsas y los arneses, guitarreaban aburridos y embarrados en las carpas, a la espera del escampe del pampero (15) pero como el arreglo con don Juan incluía la comida, los canarios se angustiaban viendo disminuir la reserva hecha en el verano, ya que no podían excederse en la misma, porque desde el escritorio de la estancia, controlaban con lupa, la cantidad de vacas, ovejas, cerdos y aves, destinadas por los colonos al propio consumo, por lo que la comida, sin ser escasa, era la justa, pero no contemplaba tan prolongado temporal, por lo que se comieron los animales reproductores, cuando no quedó liebre, martineta, perdiz, paloma ni pato para cazar, y hasta la leña seca escaseaba, lo que podía multiplicarse era el pan.

El horno estaba en el centro del patio de tierra barrida y desgramillada, única defensa ante las yarará (16), allá fue Alfonsito bajo la lluvia, descalzo para no embarrar las alpargatas dejando profundas huellas en el barrial, a prender el fuego del horno, con leña verde y 100% de humedad ambiente, tarea muy difícil, encomendada por la mare.

- ¡Mare, vea usted, que no puedo con la lumbre!
-¡Alfonso, maña y hazaña riman, pero mañana no! ¡ Lleva una bujía encendida y mistura con un poco de grasa de cerdo, de la rancia, las chalas (17), pero poquita, sino el pan, tendrá el gusto de los chicharrones!

Alfonso dudaba del procedimiento, por lo que quintuplicó la cantidad de grasa desechada para el consumo, y la mechó con chalas, marlos(18) y la pólvora de dos retacones cartuchos del calibre 10, desarmados al efecto.

Cuando volvió con la vela encendida encontró al Morrongo que sorprendido en su escondite blindado antiperros, devoraba goloso la grasa hedionda.

Alfonso, ignorante del reflejo condicionado del gatazo, pretendió echarlo del horno pronto a arder, amagándole un golpecito con la pala panadera, fue suficiente para que se dispare el mecanismo de defensa y agresión del Morrongo, a diente y uña se abalanzó sobre el pecho y cuello del niño, satisfecho, luego se escondió en el fondo del horno, Alfonsito no sabía qué hacer primero al ver su sangre a pesar del dolor, si llamar al pare, o a la mare, o .....la vela inflamó la pólvora …. y el interior del horno fue un infierno, entonces el gato en llamas arremetió de nuevo hinchando el lomo a los arañazos, hacia la boca del horno, pero esta vez, la pala lo mandó al fondo, y el niño llorando cerró la puerta , y la aseguró con un palo.
- ¡Alfonsico, que te he dicho que no empaches el horno con esa grasa rancia y podrida, mira el olor que larga, qué va a ser del pan, métele mas leña para que se purgue, por Dios!
- ¿Alfonso, es que no has visto tú a mi Morrongo?
¡Si, sí, mare, usted lo viera, lo sacaron los perros carpiendo hacia el maizal!
-¿Alfonso, hijo mío, quién te ha hecho esos males en el cuero del cogote y de la eslilla? (19)
- Nada, mare, buscando higos picos en la chumbera, o buscando huevos de las guineas entre las tunas, o el Morito me tiró sobre una portera de púas. ¿Sabe usted que no me acuerdo?
- Humm, masculló don Juan el canario.
- Humm, compadeció doña Julia, mientras le lavaba las heridas con grappa, regalo del italiano Bianucci, futuro yerno, y se las cubría con telas de araña embebidas con jugo de hojas de palan palan, (20)


Normando V. Gimenez


1.-pampa húmeda: en quechua, lengua original sudamericana, campo raso, sin monte, con 1000 mm anuales de lluvia, clima templado
2.- buffet: oficina generalmente de abogados
3.- armadores: fletadores de buques
4.- Castilla, lengua castellana
5.- finca o chacra, explotación rural agrícola arrendada
6.-Sansofé, Bienvenidos en lengua guanche canaria
7- Poncho, prenda de abrigo sudamericana
8.-Gleba, tierra invertida por el arado
9.- Pecheras, en el caballo de tiro, accesorio sobre el pecho
10.-Caballo de guardia
11.-Amansadora de ablande, larga espera deliberada para someter
11 bis.- Policía de bajo rango
12.-Vela, se emplea como luz de esperanza
13.- Cimarrón. Sin dueño
14.- Pequeño marsupial carnívoro
14 bis.- Cosecha manual de maíz
15.- Viento muy seco del S.O.
16.- Ofidio de mordedura casi siempre mortal para la época.
17.- Envoltorio de la mazorca de maíz
18.-Soporte de los granos de maíz
19.- Clavícula
20.- Planta autóctona cuya savia desinfecta y desinflama
La colonia agrícola de Noetinger se había alborotado, ese año, 1916, al trigo emparvado, lo trillaría gente de General Roca con una maquina trilladora Hoffherr Schrantz, austríaca, impulsada por un humeante tractor Clayton, a vapor.

El suizo, Herr Félix Bur, maquinista hábil como ninguno, conocido como Huevo de Tero, por las pecas que no podían ocultar sus bigotazos alazanes, era el führer, (1) se descolgó del tractor en movimiento en la tranquera del escritorio de la estancia, el Helfer (2) y varios de sus junge (3) siguieron para montar su campamento meta pito y sirena acortejados por colonos eufóricos, mujeres deslumbradas, niños asustados y animales domésticos desbandados.

El sistema de trilla con la yegua pisoteando el cereal y el venteo a horquilla había por fin, terminado para siempre, una tortura menos para los sufridos colonos.

Era costumbre, respetada por el maquinista jefe, presentar los respetos al mayordomo cuando se llegaba a la estancia, éste ni se movió de su sillón preferido, el atardecer disparaba la excusa innecesaria para empezar la ronda del whisky, hasta caer dormido, huyendo de los remordimientos hacia la medianoche.

Encontraba el mayordomo en el fondo de las botellas, alejarse de sus perversos éxitos militares y repetidos fracasos humanos. Le faltaban a sabiendas 39 vagonjaula de capones, los había malvendido al frigorífico de Rosario, para pagar personales deudas de juego, bajos placeres y favores policiales.

Los capones, estarían enlatados sus cortes inferiores en las trincheras barrosas del Lo en Bélgica como ración de combatiente y las lenguas hervidas en sus estañadas latas, en las mejores mesas de Londres o Calcuta, pero ni su embarque ni su cobro estaba asentado en los libros de Administración de la estancia.

Durante 12 años la falta fue creciendo hasta llegar a oídos del Administrador en Buenos Aires, que si bien conocía los antecedentes de su Mayordomo, hizo malabares para desorientar a los auditores externos, contratados por un grupo minoritario de accionistas en Londres, y dio vista a los abogados de la Compañía, hábiles acosadores del Parlamento Argentino, que eran los mismos del Frigorífico, de los exportadores de granos y carnes, del Ferrocarril Central Argentino, de la Compañía General de Tierras, de los importadores de maquinarias y equipos durante 30 años sin impuestos según la prebendaria concesión al ferrocarril, todos  dóciles pinochos del titiritero mayor del planeta en esos años, el Ministerio Británico de Colonias.

 Los del buffet de abogados apoderados, tenían instrucciones de Londres de preservar el honor británico a toda costa, lo robado había quedado en familia, y los colonos no debían saber que a la estancia se la podía robar impunemente, el culpable sería inmediatamente reincorporado al Royal Army (4) de donde provenía.

Necesitaban entonces, plena Primera Guerra Mundial, de veteranos instructores en inteligencia militar para frenar a los del imperio austro-húngaro en Francia e Italia que ocupaban tierras como para quedárselas, congraciándose con los hijos de los invadidos regalándoles chocolates.(Testimonio verbal de Don Santo Macorito 1908-1995, friulano nacido en San Danielle. Friuli Italia, vecino de Fisherton Rosario Arg.)

Para derivar la atención decidieron mandar a matar a todos los perros, cimarrones o no de la estancia y adyacencias, a quienes se los declaraba oficialmente culpables de la falta de los capones,  escondían los cuscos  los del pueblo ante el Nuevo Herodes sajón.

En cuanto al Mayordomo se repetía lo que había pasado en Orange, Sudáfrica, después de servir tres años de 1899 a 1902 contra los boers, (los colonos holandeses que tenían tres siglos viviendo como país independiente hasta de la mismísima Holanda)había sido condecorado por espiar y matar colonos holandeses, pero debió asumir la culpa de sus excesos por la falta de unos diamantes y aceptar a regañadientes y como mal menor venir a Argentina donde espiaría emboscado en un puesto oscuro de mayordomo de estancia, para prevenir cualquier probable rebelión de los explotados colonos, lo que pasaría apenas unos años después, en la llamada Patagonia Rebelde y en el Grito de Alcorta, hechos denunciados por el fiscal del pueblo Don Raúl Scalabrini Ortiz y cantada  por el gran poeta santafecino Don José Pedroni, era un lobo con piel de cordero, un especialista en inteligencia militar puesto a inocente Mayordomo.

Las precauciones no eran vanas, el Reino Unido había logrado en un país ajeno e independiente, establecer un feudo medieval a su gusto y antojo, Europa conocía la rebelión sangrienta de labriegos medievales explotados en carne propia, en Flandes en 1325 al 28, en Francia en 1357 y en Inglaterra en 1381. (5)

Su nuevo destino, ir a la guerra europea, le solucionaría su problema existencial, allí podría matar y robar impunemente y disfrutar con ello día por día, claro, y él bien lo sabia, ahora tendría que mostrar sus uñas de depredador , si acaso las tenía, los muchachos del Kaiser Whillheim no eran simples labriegos puestos a combatientes fáciles de espiar, eran de su mismísima bastarda laya, colonialistas insaciables.

Por estar castigado no pudo comunicarse con su conocido Thomas E. Lawrence, (1869-1935) oficial de Estado Mayor en Egipto, Lawrence de Arabia según él lo necesitaría para levantar a los árabes contra los turcos.

-En el campo argentino-, pensaba:- estaba desaprovechado, en esta estancia el cerrojo sobre los colonos era tan perfecto que por mas que apriete nunca se cortará el bulón, y dado los distintos orígenes de estos labriegos y la reciente llegada de los mismos, era fácil explotarlos por ser demasiado individualistas, casi sólo sembrando inquinas nacionales y hasta regionales dentro de un mismo país, cosa que no pasaba con los Boers, que eran todos del mismo pelo, y hacía casi tres siglos que estaban en el África.

Él se sabía peligroso, incontrolable hasta para él mismo,  porque cuando se aburría se daba a los excesos y cometía el pecado capital de la comunidad británica, pretender gastar por su cuenta las libras del rey.

Cortó estos pensamientos cuando sintió el pedido de permiso del suizo Herr Félix, quién muy quedo con el birrete emplumado en el pecho, después de emprolijarse sus bigotazos, pidió permiso  con una casi estudiada reverencia.

Sin contestar el saludo, el Mayordomo ordenó:
-    Herr Félix, usted y su gente, son realmente buenos cazadores?-
-  Ja, sí, Míster Norman, yo compito en el campeonato argentino de tiro al pichón, mi hermano le ganó a los tiradores suizos de Helvecia y mí.....
-    Stop, llévese esa escopeta Winchester y mande a buscar la munición, quiero orejas de perros, o de lo que sea, en dos días vendrá Míster John, vendrá de Bs.As. --Traiga todas las que pueda traer.-

Sabía el galés, por su sádico oficio, que un suizo, jamás despreciaría en un primer momento una escopeta y varios miles de cartuchos.

En su campamento, los suizos con la escopeta a repetición de cinco tiros, calibre 10, primero se maravillaron porque no la conocían, luego en su dialecto cuasi alemán concluyeron:
  1. Que ellos eran tiradores suizos, no mataperros inocentes.
  2. Que no era arma de caza, sino de guerra, por la montura para bayoneta y sobre todo con los ocho balines que tenían los cartuchos retacones amarillos, que si bien podían andar bien para el pato, ganso, cisne, chajá, liebre, iguana, mara, guazuncho, pecarí, carpincho, yacaré, chancho del monte, guanaco o puma, era inferior a cualquier Bayard, Krupp, Beretta o  Victor Sarrasquieta de dos caños, con distinto choque, y la sentían  demasiado pesada, para cargarla todo un día de caza en una laguna.
Para corroborar lo expresado, tiraron más de 200 tiros esa noche a los murciélagos que desalojaron de un galpón viejo.

Al otro día lloviznaba, no se trillaría....¿ y qué mejor que hacer unos tiros a las palomas?.

Los suizos habían hecho buenas migas con un muchachito de 12 años, hijo de colonos Canarios, que se ofreció enseguida como aprendiz de maquinista, fue aceptado entre guiños  picaros y su primer tarea fue conseguir dos bolsas maicera con palomas vivas, con la promesa de que participaría en el torneo de tiro al pichón.

Las había conseguido en secreto del palomar de la chacra de los italianos Bianucci, pretendientes de sus hermanas.

Su pare, Don Juan el Canario, de la chacra Sansofé (6) no le habría permitido hacerlo, le había enseñado a cazar perdices y martinetas a caballo con látigo y con lacitos de crin de caballo, pero sólo las necesarias para comer, ya lo había apercibido cuando lo sorprendió con los vascos franceses Pericet, embolsar perdices con el tonlé (7)

Alfonsito Jiménez Henríquez fue compadecido por su mare, cuando lo encontró fregándose con palán-palán, aloé vera, grasa de iguana y de potro, su hombro derecho amoratado hasta el esternón y el vacío por las patadas de la Winchester.

Herr Félix, sus muchachos y Alfonsito, estuvieron tres días de llovizna lastrando las palomas, y luego ante la carencia siguieron con el encargo, con las liebres que retozaban agradecidas de su buena vida, hasta ese momento, en un potrerazo como de 40 cuadras de alfalfa con avena que el mayordomo hacía sembrar solamente para sus pur-sang de carrera, que se ponían locos por los tiros acañonados de lo calibre 10.

Media bolsa de orejas de liebre, calculó el mayordomo, sería más que suficiente para dejar confundido y conforme al porteño auditor de la compañía.

La bolsa pestilente fue entreabierta entre sus piés salpicándole las lustradas polainas, los suizos y Alfonsito, expectantes, ansiosos, querían ver la cara pálida y afeitada del porteño ante los gusanos hediondos y sangrantes de las zumbonas  moscas verdes.

Pero era mal negocio comprar al Auditor, por tonto o desinformado, pertenecía a una tropilla de  ligeros que sabían nutrirse y pelechar a costa de la necesidad, ignorancia y bonomía de los desprevenidos colonos o de quien se le cruce, particular, país o continente si bien este hombre estaba hecho a la ciudad, corría en cualquier terreno, con malas artes, siempre.

No simpatizaba con nadie el Auditor, animal o cristiano, pero para su conveniencia negociaba hasta con el enemigo, odiaba a un perro carroñero, guardián del casco, porque esa noche lo había desconocido y querido morder, si bien había ordenado que lo ahorquen apenas el se vaya con un alambre de una cumbrera, lo hizo traer al cachorrón de bulldog del casco de la estancia, quien mordió todas las orejas que pudo y se refugió bajo una chata bolsera a degustar la basofia.

Ante el hecho, el Auditor contable, tomó una pose doctoral, y gozando con ello, verdugueó de palabra:
-    Señores, yo he cazado zorras en Sussex , Kent y York, los perros de raza beagle, olfatean, corren y acorralan a la zorra, pero una vez muerta , no la comen generalmente, ¿por qué? pensarán Uds, campesinos,
-    ¡ Porque es un cánido, y aseveró triunfal el viejo adagio
-     – perro no come perro!! – y ya siguió  gritando:
-     ¡¡Quiero una explicación por escrito, ya mismo Míster Norman, de los capones faltantes, y usted Herr Bur, deberá responder en la comisaría del pueblo, por el uso indebido de la escopeta, los cartuchos Winchester desperdiciados, las manchas en la funda del arma de piel de antílope africano, los animales dueños de las orejas, propiedad de la estancia, y los riesgos corridos por los carneros Correydale padres de la cabaña en medio de tanto tiro!!!,
-    y usted mocito,- le dijo a Alfonso-, le voy a decir a su padre don Juan el Canario, que lo enjaule, para que no ande a los saltos y alcagueteando , cagando la lechuga y a los gritos, como el tero comebichos de la quinta........

Pero como la inconciencia sin ciencia, se apoya a veces en la vana suficiencia de la inocencia, Alfonsito, tomó coraje del terror de verse acotado y afirmándose en la precisión de la lengua materna, insólita para la Babel monosilábica que era la colonia chacarera, expectó imitando el carraspeo y la dicción de su pare. :
-    Permítame respetuosamente explicarle Míster John, el bulldog cachorrón es muy ñato y todavía no tiene olfato, si casi se lo come a usted, por desconocerlo, déjeme probar con cualquier otro perro, y salió corriendo hacia los caniles. El Mayordomo, antes que el Auditor dijese que no, entendió la jugada, y le gritó:
-     ¡ Eso, también tráeme la escopeta y la funda!.

 Alfonso, soltó de su canil a un perro feroz que estaba encerrado de día por sanguinario y peleador, y lo primero que hizo la bestia fue avalanzarse sobre el bulldog, y allá fueron todos a separarlos, unos a riesgo de ser mordidos y otros gozosos  del brutal espectáculo, en esa confusión, Alfonsito descargó en la bolsa de las orejas la bosta de perro que traía en su boina y en la funda de la escopeta, recogida no sin asco en el canil.

El bulldog, quizás por cachorro, cedió rápidamente al veterano bullterrier, ganador de cruentos  combates, la atención del grupo volvió entonces sobre la bolsa con orejas, casi podridas.

El bullterrier, olfateó las orejas y sus propias heces, jadeando todavía, retrocedió babeando como con asco y partió a perseguir a su vencido que lo toreaba dolorido desde lejos.

  -¿Vio Míster, que un perro con buen hocico no las come?,  no se lleve por el muerdepatrones ese del ñato Chueco de mierda, que no sé para qué lo tiene, capaz que ese también se comió los borregos.

Desconcertado por la elocuencia y la evidencia, el Auditorcontable los maldijo a todos en voz no muy baja y pidió que lo llevaran en seguida al hotel del pueblo, unos gusanitos blancos coqueteaban enamorados de  los cordones de sus polainas

Los maquinistas festejaron la continuidad del trabajo, Herr Félix Bur, con su hijo Jorge,y su nieto Hugo, adornaron la boina maloliente de Alfonsito con una pluma cedida en disconformidad por un gallo de riña jubilado, le hizo un sanvich de queso, salchichón y pan negro para acompañar al abundante escabeche de liebres, y lo nombró Junge Tirador Suizo.

El Mayordomo no había sido invitado, estaba picadazo en el escritorio, no entendía y hasta maldecía la simple alegría de esos para él, poco más que bestias de trabajo. Preparaba su equipaje de partida, le sobraba un baúl repleto de armas de los Boers, se los regalaría a cualquier colono, para dejarlo complicado con todo lo que faltaba en la estancia.

Mascullaba que así se les bajaría el copete a esos colonos porfiados que en doce años no había podido doblegar su orgullo de labriegos, hacedores de vida, a pesar de ser esquilmados, seguían produciendo cada vez más y mejor.

Casi tambaleándose, hizo llamar a Herr Félix, y le ordenó:  -
- Lleve a Alfonsito y a este baúl a la chacra de Juan el Canario, diga que se lo regala la estancia, como premio a la inteligencia de su hijo.
 -Alfonsito lloraba de alegría, a los gritos llamaba a su pare, doña Julia le estaba poniendo azúcar en una herida que le había hecho un chicotazo, arreglando un alambrado roto por un padrillo de la estancia.

Ante semejante cuadro, don Juan el Canario, le dijo muy quedo a su mujer:

- Dígame Julia, ¿que dice en el baúl?,.... con dificultad Julia leyó
:
Sargent Major Archívald Norman
6th Reg. Queens Wells Shutter--Diplomatic BagageRoyal Foreing OfficeU.K
-Pretoria – Transval – Capetown – Baires – Rosario S.F. Noetinger FCCA-

- Chacho, que le tengo dicho a usted, que no traiga gabiot (8) a las casas. Esas armas están sucias.
-    No importa pare, yo se las baqueteo y lustro a tod, ¿y...?  
-    ¡¡¡¡Usted vá y las devuelve ahora mismo!!!!
-    La vagoneta de Herr Felix volvía silenciosa a la estancia, Alfonsito hacia pucheros y se tragaba los mocos acompasando el roce de la guarnición del aburrido matungo, Huguito Bur, que había espiado lo que contenía el baúl, palmeaba cariñosamente al muchachito en la espalda, no sin lamentar no poder disponer del arsenal aunque mas no sea para joder los días de lluvia.. 
-    Escúseme, Míster, mi pare me manda a devolver el baúl...no lo acepta

Norman que ya estaba en su loco mundo del alcohol violento, de una patada lo tumbó, rodaron toda una colección de armas Webley & Scott y holandesas de varias marcas.

-    El orgulloso de tu padre es español, no?
-    Sí, Míster, Canario, de las Palmas de Gran Canaria, pago de Tamaraceite, de donde son los mejores agricultores del mundo.. dicen..
-    Con lo que vale este baúl, se vuelven todos a Canarias, con plata en el bolsillo como para comprar una finca, y dejan de renegar aquí, en esta mierda...
-    Usted no lo conoce, Míster, no afloja ni abajo el agua.....y dice........ que capaz que a usted le servirán en la guerra,-- inventó nervioso y salió corriendo.
-    Yo necesito sólo éste-,
-     y eligió un flamante revólver Webley & Scott 455, con el que esa medianoche, mientras algunos sencillos colonos se abrazaban a sus mujeres confundiendo  placenteros quejidos con los chirridos estridentes del molino para no despertar los niños y muchos otros, rendidos del bestial cansancio soñaban con la lluvia y  la cosecha...., él, el autoproclamado semidiós de la intriga y de la guerra, llorando desconsolado, pidiéndose piedad......... se voló la cabeza.


Normando V. Gimenez



1.-Conductor, en alemán.
2.-Ayudante en alemán
3.-Muchachos en suizo-alemán
4.-Ejército británico
5.-Véase Henry Pirenne, Historia Económica y Social de la Edad Media Bs. As 1955, págs141/142/143
6.- Sansofé, Bienvenido en lengua original guanche canaria
7.-del Francés, tonlör, cazar perdices con red
8.- Gaviot, en lengua Canaria original guanche, espíritu del mal, lo maligno.
(5) gabiot: Espíritu del mal, en lengua wanche, originaria de Las Palmas de Gran Canaria
Don Juan Bautista Jiménez Martel, hijo de Don Juan Jiménez Rivero y de Doña Concepción Martel Delpino había nacido en 1869 en el pago de Tamaraceite, y bautizado el 29 de Marzo de 1869 en la Parroquia de San Lorenzo en la isla Las Palmas de Gran Canaria.

Durante el viaje hacia América aprendió que cáncano y tolete para los rudos marineros godos no querían decir lo mismo que para un labriego Canario, cuando pidió a la tripulación alguna chapucilla y lo mandaron divertidos ellos, a sobar los soportes de suela de los remos de un bote, intuyó que en adelante, nada sería igual en su vida.

Con sus diecisiete años y poco más que un zurrón, una boina nueva tejida a aguja y una navaja a modo de nife dentro de la faja, desembarcó en Buenos Aires Argentina.

Sus ojos no dejaban de asombrarlo, por el tamaño del Hotel de los Inmigrantes, los idiomas para él exóticos que se hablaban y el movimiento de gentes y de barcos.

A los pocos días viajando en el tren a vapor de Buenos Aires a Rosario seguían maravillándose, el tren era el progreso de esa época, todo le parecía raro por lo inmenso, el Rio de la Plata, el Mar Dulce de Solís, lo predispuso a ver cosas hasta ese momento por él incomprensibles, lo dilatado y llano de los campos, la inmensidad de la pampa con todos sus horizontes a la vista, ni una gran loma ni un barranco ni una palma ni nada, interminables llanuras, ríos correntosos y estaciones de ferrocarril con montañas de bolsas con granos cruzaba el tren infatigable.

Rosario y su estación Sunchales, lo recibió amaneciendo y con un papel en la mano, mostrándoselo a un cochero suizo italiano que con el tiempo seria su consuegro, que decía conocer sus parientes Canarios , también aurigas con coche de caballo, Juan no separó la mano de la faja ni un instante durante el corto viaje, desconfiaba del matado por creerlo cabuyonero dado lo trapacero y chafalmeja de su aspecto y mas cuando lo convidó con un buche de una botella y hasta con la cachimba.

Allá cayeron a lo del que decía el suizo debería ser su desconocido pariente, Juan desconfiaba, sin soltar ni su atadito de ropas ni su faja, saludó a lo guanche, prueba de fuego pensaba.


-Tamaraguá, susurró Juan..

-Sansofé,- contestó sonriente y extrañado el Ñato Henríquez

-y con el suizo que no entendía, aceptaron el convite y una grapa italoargentina selló el encuentro del suizo con su colega, y de Juan Bautista con su pariente lejano hasta entonces desconocido.


Tardó poco en acomodarse donde guardaban el pasto para los caballos, un taco de vela y un ruego de gracias a San Lorenzo, fue la compañía de su primera noche en el Puerto del Rosario, en Argentina.

Al otro día fue presentado a los demás Canarios de la zona y enseguida se encontró trotando por una planchada de madera cimbreante gracias a sus ágiles 17 años, con una bolsa de maíz de 50 kilos en el hombro, hermana de otras miles que debían cargarse en un barco mas que rápido, ese sería su encuentro con la América, su pasión y su destino.

Y como donde hay jóvenes Canarios seguramente habrá nidos nuevos, Julita Henríquez, la regalona de la casa, se enamoró de Juanico y al poco tiempo con trabajo a porcentaje como quinteros de hortalizas en las adyacencias del Cementerio La Piedad de Rosario, bendecidos por Dios, allá se fueron los Canarios con su 20 años y sus manos rudas listas a brindar el sagrado sacrificio de la vida agradeciendo al Poderoso un ganarás el pan con el sudor de tu frente.

Allí empelecharon y les nacieron cinco hijos, Lorenzo como el Santo, Juan como su pare y Alfonso como el Rey Sabio, y Maria como la madre de Cristo, y Julia como su mare.

Los niños crecieron y Argentina era un cúmulo de oportunidades para los bravíos labriegos Canarios, aceptaron la oferta de trabajar a rendita, es decir a porcentaje de lo producido por su cuenta y riesgo, un lote de 80 hectáreas junto a la estancia La Iberia, cercana a Noetinger, un pueblito de llanura hasta con ferrocarril.

Los aperos de trabajo y los caballos necesarios, pudo comprarlos con sus ahorros y de pronto de quintero de 2 hectáreas pasó a arrendatario de 80 hectáreas, era todo un adelanto, sobre todo para él que conocía como seducir a la tierra para que generosa diera sus frutos.

Pero si la tierra Argentina fue generosa, no lo fueron los ingleses dueños de las estancias donde trabajaban los llamados entonces colonos, recordando las colonias que instauraban los romanos en sus dominaciones, siempre fue un figlio de la gleba, un campesino sin propiedad de la tierra.

Vivió con su esposa una vida plena de logros y sufrimientos, recoja el guante el que pueda de hacer agricultura extensiva sin insecticidas ni herbicidas en secano, a propio riesgo a tiro de caballo y buey. Como tantos colonos de variado origen fueron síntesis de vida honesta y comprometida, inteligencia y sacrificio.

Sus fiestas eran, el día de San Lorenzo, Navidad, las misas de Domingo y alguna fiesta de guardar, algunas veces imposibilitadas por las lluvias o por las cosechas, dado que oleadas de insectos llamados langostas, provenientes del Amazonas, oscurecían el sol devorando cosechas enteras, habían pedido los colonos católicos, la indulgencia para faltar a misa cuando era tiempo de cosechar, rezando antes y durante el trabajo para compensar la falta. El banot del palo Canario era en sus manos mortífero solamente para las malezas y era el mango de la azada guataca.

Los hijos crecieron y aprendieron a volar solos, Juan y Julia, en su retiro forzado por senil insuficiencia física, habían logrado hacerse de una jubilación para vivir apenas decorosamente, con las pequeñas rentas percibidas por dos saloncitos que habían logrado construir en el pueblo en toda su vida de trabajo.

Lo encontraban a Don Juan el Canario sentado en su silla baja en la puerta de la casa, siempre con el palo de la azada, solo él sabía que era su banot, había tenido dos ataques de apoplejía, no hablaba y apenas caminaba, le costaba espantarse las moscas pero a pesar de su insuficiencia, apoyándose en el palo y en una silla que arrastraba, iba de su dormitorio al patio, luego a la cocina y pocas tardes hasta la puerta de la casa, donde recibía sin poder responder el saludo de la gente que seguramente lo apreciaba y se condolía por su estado.

Juan vegetaba con escasa comunicación, con Julia se entendía mas por la rutina ordenada de tantos años que por palabras.

Los hijos sabían que el viejo estaba fule, se moría, se preguntaban con justa pena y con las palabras del propio pare..¿ como caería esa palma.?..

Dado que en el pueblo no había grandes divertimentos, la diversión ambulante de un circo llegó al pueblo con sus bestias de tiro maltrechas y sus felinos hambrientos, desaparecían los perros y gatos vagabundos, prometían función el próximo fin de semana, acampaban en un terreno baldío vecino a la casa de los Jiménez Henríquez.

Hacía varias noches que Julia lo notaba inquieto en la cama, Juan algo le quería decir, era algo distinto del trato diario acostumbrado, no era la taza de noche ni agua, ni Julia ni sus hijos ni sus nietos le entendían, la nuera mayor había sentenciado..


-El pare Juan se está perdiendo... pobre la mare Julia. Que castigo.. Dios!.


Sin dejarse ver por nadie de su familia, su temple no se lo hubiese permitido, Julia llorando en la cocina gemía...


-Está tairo iá, mi pobre Juan...


Pero Juan no estaba loco ni ido de la cabeza, estaba ansioso porque había escuchado en las largas noches de su insomnio, creyendo al principio que una vez más estaba soñando con Tamaraceite, que en el corral de los caballos del circo, cerca de su ventana, había un bufido conocido para él, no era ni relincho de rocín ni rebuzno de pollino ni de mulo, era el grito de queja de un camello, pateado por los caballos, cuando competían por su escasa ración de pienso.. si, claro que sí, Juan era el único en miles de kilómetros a la redonda que sabía de camellos, sabía que eran para trabajar y hasta para correr carreras y no solamente bestia novedosa de un circo pobre.

Él había desmalezado los plátanos en Tamaraceite con el tiro de un camello, el incansable y mañero Machango, el camello de su abuelo, con el cual pagaron su viaje a América.

Don Juan arrastraba su silla mas aprisa esa madrugada ,llevaba su banot en ristre, estaba obsesionado por las quejas del camello, había encontrado la puerta sin fechillo, la traspasó penando, siguió por la despareja vereda, desplazarse para él era una tortura pero Juan seguía avanzando y tropezando con su palo, apoyándose y arrastrando su silla, pasó la vereda y ganó el baldío hacia el corral, se metió a duras penas entre los caballos que desconfiados bajaban sus orejas anunciando la patada, entonces, con el corazón a 170 latidos, la boca pastosa de la baba, con el solo ojo que con el que apenas veía, vio mas que con el ojo, vio con su alma, con toda su alma un dromedario barcino viejo y lleno de mataduras..., no era su Machango el que se quejaba, Machango era canelo, fuerte, alegre, trabajador, alocado a veces de ahí su nombre, cariñoso y obediente.... y por el tiempo transcurrido debía haber muerto ya.... de pronto Juan sintió que su tiempo, como el del Machango, había pasado, como pudo, mas con intención que con gesto, se persignó, besó el banot y con un inteligible...


-Señó, me entrego a tí...


Cayó Juan sobre el estiércol y paja que era la cama del camello viejo, entonces por esa fuerza divina que conserva la mente hasta el último momento de vida, su pensamiento, cabalgando sobre el olor a la bestia voló hacia 70 años atrás, hasta Tamaraceite, hasta adonde había olido por penúltima vez a un jediondo y querido camello.

Y vió desde el Monte de San Gregorio retozando al Machango, lambiando y mordisqueando los plátanos, vio correr al río ansioso de mar en el Barranco de Tamaraceite, donde se bañaban con otros niños, vio Tamaraceite como la había dejado, con sus casas blancas, escuchó las dos campanas de la Ermita que siempre le parecían cuatro y las de la Parroquia de San Lorenzo donde lo bautizaron, mientras se refrescaba en el bernegal de la tamogante de Doramas y comía higos picos de la chumbera, aho con yoya, anahormaz ,taharenemen, con su hermano Lorenzo que le pedía perdón y que vuelva, el le contestaba que ya no podría porque tenía mucha tierra propia en América, era su campesina idea del Paraíso. y no oyó mas nada................

El velatorio del viejo, si bien, esperada era su muerte, provocó consternación y desasosiego momentáneo en el pueblo, con la misa de cuerpo presente, cristiana sepultura y dejando paga la misa recordatoria del primer mes, se cumplió con Dios, como era su deseo manifestado, Juan ya tenia por fin la tierra necesaria, pero sobre él.

De vuelta para el pueblo, el cortejo se iba desgranando a medida que se acercaban a las casas, surgió un comentario, quizás anónimo pero certero---


-¿Viste ché, pobre viejo, a pesar de lo que ha trabajado y sufrido, como que murió feliz, parecía que se sonreía en el cajón, has visto..


le contestó alguien, quizás su nieto mayor, el monaguillo Pedro Jiménez o quizás la brisa marina que llegaba como Juan desde Tamaraceite,

Descuida, Dios premia a los buenos y valientes.


Con todo mi amor hacia Tamaraceite

Normando Jiménez

Aguaribay 8713 cp 2000
Rosario Argentina
27 de Setiembre de 2004
Colon había desmitificado en sus cartas al Rey de España, que las Islas Afortunadas hoy conocidas por Canarias no eran tales, sino mas bien como algo inhóspitas, a pesar de ello, laboriosos colonos labriegos, visigodos españoles, se afincaron en esas islas volcánicas y a fuerza de sudor e inteligencia las hacían producir la vitualla de provista necesaria para los barcos que pasaban desde y rumbo a América, sin ese aporte y sacrificio la conquista y colonización de América hubiese sido demorada y casi imposible.
Los colonos se atenían a los rígidos códigos morales de la Santa Iglesia en esa antigua tierra de infieles guanche bereberes, llevaban una monótona y ordenada vida, con apego a su mezquina tierra y el temor-amor a Dios.

Cuando el sol tropical del mediodía no era atemperado por las brisas marinas, solo los lagartos disfrutaban del calor, las sombras se acurrucaban bajo los labradores y sus bestias, era hora de almuerzo y breve descanso en la penumbra de las casas, no era de persona en sano juicio andar a esa hora deambulando por la isla Las Palmas de Gran Canaria sino era por una gran necesidad.

¡Que hace entonces ese chaval montado en su camello al mediodía, en el verano de 1876 al rayo del sol, en el patio de la Iglesia de San Lorenzo, cercana a su pueblo Tamaraceite, haciéndose un bendito con el pañuelo de cuello sobre su boina calada, apuntalado con su palo de guiar camellos, llamado por los antiguos guanche, banot.?

Que hace sino esperar que el Párroco se desocupe de sus confesiones, no se consideraba vestido para la ocasión, a la Iglesia se debía ir limpio y lo mas arreglado posible y él estaba descalzo con su gastada y transpirada ropa de trabajo, esperando reverente bajo el sol.

La vigilia da su fruto, apenas la obesa figura negra del cura se asoma en el atrio, Juan Bautista Jiménez Martel, mocito de 16 años apenas, sin hacer arrodillar su camello, como un felino ingrávido hoya la volcánica arenilla y en dos silenciosos saltos ya está ante el sorprendido cura que fingiendo un sobresalto grato y para establecer distancias y jerarquías alarga su blanca y delicada mano, el niño mozo genuflexo besa un cruzado anillo y mirando siempre al suelo, ansioso, con vos sentida y dolida, suplica........


-Verá Ud. Señor Cura, con mí pare imposibilitado, mi mare es su sombra atendiéndole, mi hermano Lorenzo, mayor 12 años que yo, se hace el pare en el manejo de la finca, con su mujer, ordena que es lo que se hace y lo que no se hace y que debo obedecerle como a mi pare, a él y a su mujer, para poder traerle estos quesillos, he debido pedírselos a ella y poca cosa me ha dado, dígame Usted Señor Cura, que le ha dicho el Señor Obispo, si Usted le ha gustado preguntar si estas son cosas de Dios como dicen y que debo aceptarlas sin rebuznar.

-El Señor Obispo te agradece tus quesillos y me ha dicho lo que ya te he dicho, que son cosas de los hombres.. y me lo ha fundamentado, que se llama mayorazgo. Las Leyes del Toro, dictadas en 1505, instituyeron el Mayorazgo, institución jurídica mediante la cual solo hereda el hijo mayor, siendo el propósito principal impedir el fraccionamiento de los más grandes patrimonios y la disolución social de las grandes familias ricas y no tan ricas españolas. Y que está instituida en España desde hace mucho tiempo, y que si no estuviese en las leyes, está tan arraigado en las gentes que es lo mismo o peor, el hermano mayor reemplaza al pare en todo y se adueña de todo, principalmente en las decisiones importantes de la familia-,

-Pero Señor Cura, yo ya hace once de mis diecisiete años que trabajo de sol a sol para mi familia y aparte del gofio consumido tengo solo lo puesto, lo que Usted ve, que es por demás de modesto y hasta escaso, ah y me falta anotar un segurísimo reto por haber traído el camello hasta aquí en vez de estar desbrozando los plátanos, a mí siempre me halagó que me mande mi pare, y le honrado tanto al pare como a la mare, pero no quiero ser el criado de mi hermano y menos de su mujer.

-Bueno, no serás su criado, serás de su familia, un poco menos que sus hijos, pero de su familia-

-Ah si, ellos dirán cuando y como se siembra, y donde no se siembra, cual bestia se descojona y cual procrea ?

-Oh suuu, Juan, contrólate que estás en la casa de Dios-,

-Pero Señor Cura...

Pluga Juan, pluga a Dios Juan, y ora, que el rezo te acerca a Dios, y el dolor será siempre menor.

-Pater Noster Pater Noster , el dolor será siempre menor, el dolor será menor...... , y emprendió el regreso a Tamaraceite.


Tanto era su desconsuelo que pensó huir de su desgracia, seguiría subiendo la cuesta para llorar sin que nadie lo viese hasta El Pintor o La Umbría, pero tomó la senda que bajaba hacia el Norte, por el Barranco de San Lorenzo entre palmeras y cañaverales.

El camino de vuelta orando se le acortó, llevaba el camello de tiro para no cansarlo para las tareas del deshierbe de la tarde, todavía se sentía aguando y vacío, mas un dolor agudo le oprimía el pecho y estaba bien cerca de un yeyo.

Junto al fondo del barranco en Tamaraceite estaba la tamogante del viejo guanche Doramas, un chozo miserable pero limpio, que el río en sus crecidas inexplicablemente perdonaba, lo conocía desde siempre, Juan se refugiaba a conversar con él cuando estaba angustiado, Doramas le había enseñado secretos del banot, la lucha con palos canarios, se acercó por refresco y consejo.


-Tamaragua , Doramas,

-Sansofé, Juanito achi Juan Jiménez Rivero.


La generosidad del guanche viejo era muy superior a la disponibilidad de sus medios, ofreció todo lo que tenía, tal cual era su costumbre, empezó a ordeñar una cabra flaca, las palmas de sus manos y sus talones amarillos se blanquearon con la espuma de la leche de la no muy convencida y movediza lechera que atesoraba el néctar para sus dos baifos.


-Te serviré aho con yoya, anahormaze, taharenemen...

-No gracias, solo ahamen del bernegal.

-Se te ha lastimado el camello o vienes a jugar al palo,

-No, como para banot y lucha canaria estoy yo, es que vengo de la Iglesia de San Lorenzo.....

-y que te ha dicho tu amigo el Señor Cura que vienes con esa cara-

-Que hable con Dios, que rece mucho y… contó respirando hondo para no lagrimear, todos sus pesares.


Doramas ya sabia del problema, todo se sabia muy rápido en Tamaraceite.


-¿y como te llevas con la mujer de tu hermano?-

-Por momentos me regaña por todo, y en otros momentos ante otras mujeres y mi hermano mismo, dijo que soy igual que Lorenzo, pero más joven y mas fuerte. Para sacar del almacén cuatro quesillos para el Padre Cura y el Señor Obispo, tuve que pedírselos a ella, y me dio solo dos, diciendo que el Padre Cura ya estaba demasiado gordo.

-¿y como le quieres a tu hermano?-

-Con todo el alma mía, como a mi pare, la mare siempre me ha dicho que me pareciese a él, por lo bueno que es, cabalgo, roturo, siembro y cosecho como él, visto y rezo como él, hago todo como él, yo quiero ser igual que él.

-Pues ahí está el entuerto- masculló el anciano guanche llenándosele de pena el rostro cetrino y los ojos celeste claros.

-¿?-

-Yo no soy falcan.... pero estás malimpiado, para quedarte trabajando con él, deberías ser muy diferente, siempre peor que él, deberías ser informal, vago, malmandado y pendenciero, así no te verían como alguien que le pueda hacer sombra y reemplazarlo en cualquier momento, si te siguen viendo tan parecido o quizás mejor, te hostigarán hasta enloquecerte, y te crearán un resentimiento tan grande que un gaviot te ganará el alma, y no es forma honrosa de vivir.. para un crestiano como tú.-

-Que haré entonces, Doramas... -,

-Nunca cambies para mal, vete, vete lejos, hazte cura, militar o pescador-

-Pero.. si yo soy cría de labradores, mi tatarabuelo, mi bisabuelo, abuelo y mi pare fueron siempre labriegos en Tamaraceite, Moya, Guía y San Lorenzo y yo soy y quiero vivir como labrador.

-Entonces haz lo de los Canarios sin tierras, vete a las colonias, a América, donde sobra tierra y faltan brazos-,

-Tú también con eso, Dorimas, la mujer de mi hermano dice que vendería las bestias y me pagaría el pasaje, si quiero ir a América.

-Mira Juan, aprovecha, si te ofrecen la vaquilla, corre por la soguilla… dicen que en América es donde hay campos grandes como nuestra isla, sin montañas ni piedras ni volcanes, tierra negra y mucha lluvia, y si bien no tienes allá amigos, tampoco tienes enemigos ni quien te escamonde los brotes.-

-Esa tarde Juan liberó al camello temprano y se fue al pueblo, donde se reunían los hombres, a comentar lo de todos los días.

-Dime la verdad Despatarrao, tu que eres medio indiano, si es que hay tanta tierra para labradores como yo, en América,

-Si tu dudas de Colon que la descubrió, no me creerás a mí que me la han contao, yo solo navegué hasta Cuba, pero hay un primo muy segundo de tu mare, el Ñato Henríquez, que se fue hace como diez años, que tiene un coche de plaza en Rosario Argentina, lleva de paseo a gentes que tienen campos muy grandes, y le preguntan por paisanos para trabajar en ellas.

-Pero él no tiene tierras y ya hace diez años…

-El Ñato no tiene tierras porque nunca quiso ser labriego, detesta la tierra, vive en una ciudad como no he visto ni me imagino, con luces a gas en las calles adoquinadas toda la noche y hasta con ferrocarril. Está en Rosario, es un puerto donde cargan cereales a mares, es Argentina, calles Pueyrredón esquina Montevideo, es casi de tu sangre y buen Canario, el te recuerda seguro, vete con confianza.

-Anda, mándale escribir, avísale que voy, y ponme bien claro en papel, el nombre y donde vive, que lo entienda cualquiera que sepa leer.

-Hermano Lorenzo, compre Ud. el pasaje para Argentina, me voy…


Solo con una levantada de cejas, Lorenzo cerró el trato.


-La mare se tragó una lágrima pesada como la piedra del molino del gofio, el pare parecía no entender lo que pasaba, solo gemía a solas y no de sus terribles dolores de gota.

-Durante los días de espera para embarcar, la mare le tejió una boina negra calada con hilos de algodón, Lorenzo le dio su navaja muy usada, total ya tenia la nueva del pare, su cuñada le armó un atadito no mas grande que un zurrón con ropitas usadas del pare y de un tío muerto hacía poco, mientras recordaba lo que le había dicho su abuela, a enemigo que huye, hazle un puente de oro y puso cinco duros en un monedero.

-En la venta del mercado del pueblo, para extrañeza de los feriantes, Juan abrazó al Machango, su incondicional camello, compañero de tantos sudores, aspiró profundo por ultima vez su hedor hasta entonces insoportable, esa vez le pareció casi agradable, se dejó abanicar los carrillos con las pestañas dobles, besó el morro esponjoso de la noble bestia y le mojó la lana con sus lágrimas.

-El oportunista comprador del camello le pidió el banot para aguijonear al animal, que no quería levantarse de su sentada, diciéndole socarrón.

-¿Para que lo queréis ahora?..en Rosario Argentina no hay camellos ni camelleros, jaja jaja

-La mare Concepción Martel, que a disgusto de todos junto con la madrina Del Pino, acompañaban a Juan, ordenó mordiéndose las muelas.

-¡Anda, tíraselo por las patas...!

-Juan tomó al palo por casi los extremos, en un segundo lo quebró con furia por el medio sobre su rodilla y echó los dos trozos astillados a una hoguera.


9 de Septiembre de 2004
Normando. V. Giménez